sábado, 22 de septiembre de 2012

¿Qué recórcholis es el counseling?

¿Terapia? ¿Consejos? ¿Una chantada?


El counseling o consultoría psicológica es una disciplina que anda medio de moda, oscilando entre el prestigio y el desprestigio, la recomendación apasionada y el desprecio científico. Nadie sabe muy bien si es algo así como un psicólogo, un “coach” onda alguien que te resuelve problemitas o que te da consejos, si viene por el lado de la New Age o del capitalismo salvaje. Hay quien piensa que es una carrera corta y boba que estudian las señoras gordas que se aburren en su casa, y quien cree que es una cosa complicadísima que viene de los Estados Unidos y que no se parece a nada de lo que hay acá.

La cuestión es que todos tienen razón. ¿Por qué? Porque el Counseling puede tomar muchas formas, tantas como counselors existen, y puede ejercerse desde muchos lugares distintos.

Existen distintas aplicaciones para el counseling en diferentes terrenos: está el counseling educacional, el counseling laboral, el counselig comunitario… Pero aquí nos ocuparemos específicamente del counseling aplicado al desarrollo personal, que es el más conflictivo.

Los que piensan que es una especie de psicología, tienen razón. Tienen razón porque vas, te sentás y hablás con alguien que está ahí para escucharte y acompañarte y crear una relación que te ayude a resolver lo que sea que creas que necesitás resolver, e incluso a descubrir cosas que ni sabías que tenías que resolver (que por lo general, están debajo de las que sí sabías). Pero no tienen razón, porque el counseling trabaja desde el marco de referencia de la salud y no de la enfermedad, el counselor no está ahí para “curarte” de nada ni vos sos un “paciente” que tiene algún tipo de enfermedad. Sos un ser humano normal, común y corriente… O sea, no sos nadie. Porque nadie es ni normal, ni común, ni corriente. Sos un ser humano único como cada uno de nosotros lo es. Y de eso se trata: de respetar y encontrar tu unicidad, tu particular manera de experimentar la vida, tu vida, y lo que ocurre dentro y fuera de ella.

Tampoco tienen razón los que lo comparan con la psicología porque el counseling no trabaja con patologías ni con neurosis profundamente instaladas, aunque llegado el caso puede trabajar en equipo con psicólogos, psiquiatras, médicos y quien haga falta.

Igual que la psicología, el counseling puede ejercerse desde diferentes marcos teóricos. El favorito de la humilde autora de esta nota es el counseling humanístico, basado en el Enfoque Centrado en la Persona (ECP) desarrollado por el norteamericano Carl Rogers. La base de lo que dice sería más o menos así (muy más o menos):

Todos tenemos una tendencia innata a crecer, a mejorar, a alcanzar el máximo desarrollo de nuestro potencial… es decir, a ser la mejor versión posible de nosotros mismos. Y cuando dice todos incluye a todo lo que hay en el universo: plantas, bichos, piedras… todo tiende a desarrollarse hasta alcanzar su potencial máximo (lo que denomina “tendencia formativa del universo”). Si metés una plantita en un vasito de agua encerrada en un galpón oscuro, la pobrecita se estirará y se estirará hasta alcanzar la rendijita de luz que entra por un rincón y hará lo mejor que pueda con eso. Okay, no tendrás una selva, pero ella igual lo intentará y lo seguirá intentando. Y nosotros, según Rogers, también.

Entonces, ¿qué es lo que falla? Porque que uno sepa, muchos de nosotros nos vamos bien para lo oscurito y nos quedamos ahí hechos un harapo hasta que cambie el clima, pase el apocalipsis o alguien nos rescate con alguna droga, legal o no.

Bueno, lo que Rogers dice es lo siguiente: para que esta tendencia al desarrollo, que es como nuestro motorcito interno, pueda funcionar correctamente, necesita tener buena información. A ver si nos entendemos: un motorcito puede estar totalmente dispuesto a llevarte al mejor lugar del mundo, pero si tiene el GPS todo mezclado te va a llevar directo a la… bueno, ahí. O sea que lo que nos pasa a los seres humanos es que tenemos el GPS todo mezclado y la información que guía a nuestro motorcitos a hacernos felices hace que terminemos llorando en una zanja.

¿Por qué tenemos el GPS confundido? Según Rogers, por lo siguiente:

Cuando nacemos y durante nuestros primeros añitos, todos dependemos de mamá (o de quien se apiade de nosotros) para sobrevivir. Esto es una obviedad, ¿nocierto? Sin embargo, para nuestras frágiles y moldeables cabecitas, esto significa que necesitamos, NECESITAMOS, que mamá nos apruebe. No sólo eso: necesitamos que nos comprenda, que comprenda lo que nos pasa.

Entiéndase bien: no necesitamos que nos diga que todo lo que hacemos está bien. Necesitamos que nos diga que NOSOTROS estamos bien, más allá de lo que sintamos o hagamos. Que nuestro valor como personas no se altera, aunque nos mandemos macanas o sintamos deseos de que nuestro hermanito se caiga por el balcón (todos los sentimos, señores, lo lamento pero es así). Es decir, necesitamos ACEPTACIÓN INCONDICIONAL como personas, aunque sí se limiten nuestras conductas (porque si no, tiraríamos al dichoso hermanito por el dichoso balcón). Esta aceptación, cuando tenemos pocos años y dependemos cien por ciento de la otra persona, se convierte en vital: si el otro no me acepta, yo no vivo.

Pero lamentablemente, la aceptación que recibimos es condicional. Mamá nos quiere con la condición de que seamos buenos, o de que ayudemos en la mesa, o de que nos peinemos raya al costado y no al medio (hay cada madre…). Pero sobre todo, nos quiere si tenemos los sentimientos que “hay que tener”, los que se consideran “aceptables”. Entonces nosotros traducimos: “si quiero ahorcar a mi hermanito, soy malo, mamá no me quiere. Ok, no quiero ahorcar a mi hermanito. Esta sensación de que me crecen los colmillos cada vez que lo veo se llama amor, porque por el hermanito hay que sentir amor”.

Y chau. Ahí perdimos. Cada vez que sintamos odio, lo decodificaremos como amor, y el motorcito dirá: “rajemos del amor porque es un espanto”, o algo parecido. Terminamos traduciendo mal todas nuestras experiencias, porque con el correr del tiempo no sólo mamá y papá, sino también el colegio y la sociedad en general nos fueron enseñando a pensar de nosotros mismos sólo aquello que parece “aceptable” para el mundo al que nos tenemos que adaptar, y a relegar al exilio a todas aquellas (muchísimas) experiencias que nuestra conciencia entiende como inaceptables. Y ahí el GPS se jorobó para siempre.

¿Qué hace falta, entonces, para llegar a un mayor desarrollo de nuestro potencial, o sea ser mejor lo que ya somos y dar mejor lo que traemos para dar? Fácil: arreglar el GPS. ¿Fácil? Y sí. No, pero sí. ¿Qué necesitamos para arreglar el GPS? Según Rogers, una relación que nos pueda brindar las mismas tres condiciones que necesitábamos de mamá: 

-        EMPATÍA: que la otra persona entienda NUESTRA PARTICULAR forma de vivenciar las experiencias que nos tocan, desde NUESTRO PARTICULAR marco de referencia. No es lo mismo comer chizitos para vos que para mí. Para cada uno, cada detalle de la vida es un mundo particular de significados, emociones y referencias. Necesito que la otra persona comprenda y sienta lo que yo siento cuando como un chizito (o algo más relevante, ponele, cuando me abandona mi novio o cuando me como un chivito entero). En resumen, no necesitamos sentirnos entendidos sino comprendidos.

-        ACEPTACIÓN POSITIVA INCONDICIONAL: como ya explicamos antes, esto no significa estar de acuerdo, compartir ni aprobar todo lo que al otro le pase, piense o haga. Significa que nada de lo que yo sienta será juzgado ni pondrá en juego mi valor como persona. La aceptación positiva implica una actitud positiva hacia la persona en sí, más allá de los contenidos que pueda transmitir. La persona no es juzgada sino aceptada como valiosa con todo el mundo personal que trae a la consulta, de modo que se siente segura para explorar todas sus experiencias, aun aquellas por las que temería ser rechazado.

-        Que la otra persona esté en un estado de CONGRUENCIA INTERNA: Y… ésta es la más complicada. Para Rogers, ser congruente no pasa simplemente por hacer lo que uno dice, sino más bien por entender adecuadamente lo que uno siente. Es decir: tener el GPS en un funcionamiento no te digo óptimo, pero aceptable. Que cuando siento odio no me crea que siento amor, que cuando tengo ganas de salir rajando no piense que eso es querer bailar un vals. Es muy importante que el counselor tenga claras sus emociones (esté en un estado de congruencia interna) en el momento de vincularse con su consultante, ya que esta congruencia se transmite y permite al otro entrar en contacto con su propia experiencia en un marco en el que resulta seguro hacerlo.

Según Carl Rogers en su Enfoque Centrado en la Persona, y según yo que pude experimentarlo, estas tres condiciones básicas en una relación (en cualquier relación) crean un clima de seguridad psicológica en el que nuestra integridad psíquica (o sea, nuestra identidad) no se siente amenazada, y de ese modo favorecen el desarrollo y crecimiento, el autoconocimiento, la autoaceptación y también el cambio. Serían, en palabras de Rogers, una especie de “líquido amniótico psicológico” que si se logra, permitirá que el embrioncito que nos quedó guardado de lo que podríamos llegar a ser crezca, se desarrolle y nazca.

Entonces el counseling humanístico propone eso: crear una relación en base a estas tres condiciones (empatía, congruencia, aceptación positiva incondicional), dentro del marco de referencia de la salud, en el que no se curan patologías ni se trabaja con neurosis severas, pero sí se acompañan procesos de crecimiento, de cambio, de crisis, de toma de decisiones, o simplemente procesos de autoconocimiento personal.

O sea: una relación sana, cálida, productiva. Y en la que el counselor, poniendo en juego toda su persona, crece, cambia y se desarrolla también.



Nota publicada en la revista digital Piso 13.
www.pisotrece.com.ar

No hay comentarios:

Publicar un comentario