La palabra “violación” es una idea. Un concepto. Cada vez
más, una palabra vacía de contenido que se usa como un arma en la guerra de
ideologías, disparada hacia un lado o hacia el otro según quién sea el que
dispara. Yo me pregunto, aquellos que hablan de “violación”, de los efectos y
consecuencias de una “violación”, de lo que una niña/mujer debería hacer con el
fruto de una “violación”… ¿Se habrán detenido un segundo, un segundo apenas, a
imaginar lo que se siente? ¿Se animarían a hacer una meditación guiada –tantas hay
para relajarse, viajar a lugares maravillosos o sumergirse en el interior de
uno mismo- que los lleve por un instante al momento de estar siendo violado/a?
¿Harán el ejercicio aunque sea momentáneo de imaginar cómo es llevar esa marca
en el cuerpo, en las emociones y en la cabeza? ¿Y de llevar su fruto adentro,
alimentarlo, cargarlo, tener náuseas, que te patee…
para no salir de esa pesadilla ni por un instante durante muchísimo tiempo más?
¿Y se imaginarán cómo es parir? ¿Habrán parido alguna vez? ¿Se imaginarán cómo es
ser violado y luego parir? Todos aquellos que se arrogan la verdad al respecto…
¿Se animan a que los violen y después seguir vociferando sus verdades para los
demás?
De verdad, es una propuesta: meditación pública, guiada,
para quien se anime. El momento de la violación, el embarazo, el parto.
Experiencia vivencial. Después sí, después les creo votos y vetos.
Es absolutamente imposible, para quien no ha sido violado,
saber cómo se hace para procesar semejante trauma. Supongo que también para
quien lo ha sido, pero esos hablan otro idioma, el idioma de las víctimas.
¿Puede el estado OBLIGAR a quien pasó por algo así a seguir determinado
camino u otro? ¿Puede ALGUIEN EN EL MUNDO decirle a una víctima de algo tan
horroroso qué es lo que debe hacer? ¿Puede alguien SABER qué es lo que debe
hacerse?
Yo no. Yo no sé cómo se repara algo tan horroroso. Pero sé,
como decía el doctor Favaloro, que el problema es educar, no legislar. Cuidar,
atender, acompañar a las víctimas. Pero no, una vez más: son las víctimas quienes,
como espejos deformantes de una realidad insoportable, deben sentarse en el
banquillo de los acusados, quienes dan explicaciones, quienes piden piedad,
permiso… y casi casi tienen que pedir perdón.
Vergüenza debería darnos a todos. Vergüenza.
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